
Que torpeza la mía, querer ver luz, donde la oscuridad densa comprimía.
Que desencanto el mío, al comprobar que mente y corazón, no entienden igual la desazón.
Que tontería la mía, creer escuchar en tu voz, la más dulce melodía.
Que inocencia la mía, creía que eras tu, la que mas me amaría.
Que endeble sería, si Dios no compartiese conmigo cada día.
Que estupidez la mía, creí saberlo todo, ser el dueño del universo sin percatarme que sería dura la caída.
Que piedad divina mantiene mi respiración, si estertórea, se pierde cada amanecer, cada vida.
Que esperanza la mía, si me nutre el Cristo que en mi habita, dándome palmaditas de alegría.
Que angustiantes son mis días, cargados de ansiedades desmedidas.
Que conjuro me domina, que cuando emerjo libre al fin, me derrumbo, es toda una caída.
Que ceguera la mía, si sabiendo donde esta mi paz, la dejo olvidada…en medio de mi agonía.
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